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Budismo y Psicoanálisis



Por Armoniossamente Psicoterapeuta

Uno de los principales problemas que el ser humano ha intentado resolver desde épocas muy remotas es remediar el dolor, tanto físico como psíquico, que se experimenta desde el momento de nacer y ante la inestabilidad de las condiciones que experimentamos en la vida: salud, amor, trabajo, salud, enfermedad, uniones, separaciones etc. Mientras estábamos en el vientre materno las condiciones experimentadas eran más o menos constantes, estábamos en una especie de “nibbana” ilusorio, pero en el instante mismo del nacer comenzamos a experimentar terribles miedos; Melanie Klein piensa que llegan a ser miedos de “aniquilación”, otros teóricos le llaman “terror sin nombre”. Con esos adjetivos nos damos una idea de la intensidad de las emociones que experimentamos a esa edad temprana, la mente sufre tanto que por defensa reprime y niega muchas de sus experiencias; por esta misma razón pienso que no recordamos vidas pasadas, con el dolor que implica vivir la experiencia presente es suficiente, de lo contrario experimentaríamos mucho sufrimiento psíquico. La mente hace uso de defensas que combaten este dolor y van desde la represión, la intelectualización (defensas neuróticas) hasta la disociación, la identificación proyectiva masiva y la omnipotencia (defensas psicóticas), por solo mencionar algunas.


El psicoanálisis plantea que la vida mental de un bebé durante los primeros seis meses de vida oscila entre intensas emociones hostiles y omnipotentes como las que podría experimentar una persona con una psicosis grave. Aquí la función materna (padre y madre) juega un rol importante en la construcción sana del aparato psíquico del bebé, quedando armado durante su primer año de vida. Pero en esta construcción no solo impacta el factor ambiental, sino también aquellas tendencias mentales con las que nace ese bebé; Freud le llamó lo constitucional, la carga genética (series complementarias); Klein pensaba que todos los bebés nacían con diferentes montos de agresión, amor y de tolerancia a la frustración, observó que unos venían mejor “armados” psíquicamente que otros; en esto mismo coinciden otros teóricos como M. Mahler y D. Winnicott.


Tanto el budismo como el psicoanálisis piensan que el camino hacia la salud mental es un proceso largo, que tiene que ver con conocernos profundamente, con responsabilizarnos de nuestras acciones y de la manera en la que hemos interpretado al mundo, cuando logramos un insight es porque algo inconsciente en nosotros se manifiesta quedando al descubierto; en el tratamiento, el paciente gana un valioso conocimiento sobre sí mismo y al mismo tiempo obtiene un beneficio terapéutico, la mente se vuelve más estable, más contactada con la realidad pero también con su mundo interno. El fin es hacer consciente lo inconsciente, ganar control sobre las emociones para una vida más feliz y armoniosa, pulir la personalidad del paciente en la medida que su estructura mental lo permita.


Ambos, budismo y psicoanálisis, apuntan a este mismo fin terapéutico, la diferencia es que el Buda nos dejó un camino completo mientras que el psicoanálisis no, pues mientras el primero nos lleva al despertar, erradicando por completo la falsa ilusión del yo (anatta), el segundo tiene como objetivo fortalecer al yo, ganándole terreno al ello (emociones e impulsos), estableciéndonos más del lado del principio de realidad que del principio del placer (ello). El psicoanálisis lacaniano apunta al carácter ilusorio del Yo, que se forma durante el estadio del espejo, cuando el bebé (de entre seis y dieciocho meses de edad) se refleja en la mirada de su madre y se convierte en su deseo, en sus expectativas formando la estructura de su Yo imaginario; es una parte necesaria para el desarrollo psicológico del bebé, aunque ilusoria. Lacan desarrolló su teoría redescubriendo a Freud desde la lingüística estructuralista de Saussure y Lévi-Strauss, pero el Buda ya había planteado la estructura del símbolo no solo lingüístico sino todo el proceso de percepción (viññana), proceso cognitivo-intelectual (mano) y el proceso emocional (citta).


Como lo entiendo, también la parte inicial del camino propuesto por el Buda tiende a reconstruir y fortalecer al Yo, hacerlo más saludable través de modificar nuestra conducta hacia la virtuosidad a la vez que vamos teniendo una perspectiva más armoniosa, ya en los dos últimos pasos se puede realizar completamente anatta, o sea, la destrucción del yo. En ambos casos para el éxito terapéutico tiene mucho que ver el grado de salud mental y la rigidez de la estructura de la personalidad; por eso ambos caminos son graduales.


Otro aspecto en común y muy importante es que ambos modelos terapéuticos trabajan dentro de un marco que permite su despliegue adecuado: la ética. En psicoanálisis esto equivale al encuadre y son las variables que se formulan explícitamente en el momento de hacer el contrato con el paciente y que deberán ser respetadas y preservadas por ambos participantes del tratamiento; son las normas de trabajo que están destinadas a proteger el tratamiento ante las intensas transferencias y contratransferencias que se desplegarán a lo largo de la terapia. Estas reglas son los acuerdos de horarios, honorarios, vacaciones, la actitud mental del terapeuta debe sujetarse a la regla de abstinencia y la reserva analítica. La primera se refiere a que el terapeuta no debe gratificar los deseos del paciente, particularmente sus deseos sexuales, esto implica que el mismo terapeuta no sea indulgente con sus propios deseos, tampoco se permite que el analizado gratifique a su terapeuta, pues si este lo consecuente estará gratificando los deseos del analizado. La reserva analítica tiene que ver con una actitud ecuánime. Entonces el encuadre, que queda a cargo del terapeuta, es más una actitud mental que reglas, actitud que deberá desarrollar antes de atender a las personas en sesión.


El Buda señala la importancia de la ética y la virtuosidad como la base para purificar la mente, que comienza antes de la práctica formal de meditación sentado, señala que al desarrollarla nos liberamos de estados mentales insalubres, tales como el remordimiento y la culpa que son grandes obstáculos para la meditación. En el metta sutta el Buda expone la importancia de vivir dentro de este “encuadre” ético como base para poder cultivar la sublime morada del amor benevolente, la generosidad, la empatía y la ecuanimidad. El Buda no explica los preceptos como reglas sino como actitud mental saludable; otro punto más en común.


Encontrar tal congruencia en ambas corrientes terapéuticas es lo que me hace sentir segura en ambos caminos, mientras más conozco de psicoanálisis, más budista soy, y viceversa. Más que una comparación para ver cuál es la mejor, he tratado de mostrar que a pesar de las divergencias, ambas tienen cimientos muy parecidos, que los mismo que descubrió el Buda hace más de dos mil quinientos años es lo que ahora están descubriendo varios teóricos y clínicos en diferentes países. Considero que ambas son las ciencias más importantes que estudian la mente humana pero al mismo tiempo son muy parecidas a un arte, por ejemplo, un aprendiz de escultor se pule con el tiempo de práctica, el estudio, constancia, paciencia, intuición y sensibilidad, evolucionando paulatinamente hasta alcanzar la maestría necesaria para consolidarse como un maestro escultor.


Todos podemos, en diferentes niveles, acceder a tales enseñanzas siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar el encuadre que se necesita para andar el camino con mayor confianza y alegría, todos podemos ir quitando poco a poco la arena que nubla nuestra vista y lograr la maleabilidad necesaria que requiere nuestra mente para desarrollar su máximo potencial.


Verónica Reyes

Licenciatura en Ingeniería

Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica


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